Arrancamos estas publicaciones hace algo más de un año con mucha energía y motivación y, al poco tiempo y por distintas causas, nos vimos obligados a hacer un largo paréntesis que esperamos poder cerrar ahora.
Y lo hacemos aprovechando para hablar de un tema de enorme impacto y relativa actualidad en el mundo de la automoción que se está discutiendo en Bruselas en estos momentos.
No me refiero a la prohibición de venta de vehículos con motores de combustión interna, sino a la nueva normativa de emisiones Euro 7, cuya entrada en vigor para los vehículos industriales se producirá a lo largo de la segunda mitad de esta década. Este matiz es importante porque, casualmente, coincide con el plazo que los principales fabricantes de vehículos pesados han anunciado para el lanzamiento de sus innovadores vehículos de pila de combustible.
No es sorprendente que los fabricantes hayan reaccionado con energía al anunciarse la aparición de esta nueva norma, en un momento en el que el grueso de sus inversiones en investigación y desarrollo ya estaban destinadas al diseño de vehículos eléctricos, bien sea de batería o de pila de combustible.
Según sus análisis, afirman que esta nueva norma no sólo quitará recursos previstos para el avance en la electromovilidad, sino que su impacto sobre la calidad del aire será limitado por dos motivos: por una parte, porque la mejora relativa frente a las actuales normas Euro 6 es marginal, y también porque los principales emisores de contaminantes tóxicos son los incontables vehículos antiguos que forman parte de un parque de automóviles cada vez más envejecido.
Reflexionando sobre el tema, se me ocurrió ir un paso más allá y preguntarme cómo podría afectar al mercado esta situación, es decir, la entrada en vigor de una norma para vehículos de combustión interna tan cercana al más que probable punto de inflexión hacia la electromovilidad en el transporte.
Y me surgió rápidamente una duda: ¿qué sentido tendrá para un transportista introducir en su flota vehículos Euro 7 cuando, casi inmediatamente después, podrá disponer de vehículos de pila de combustible? ¿No tendría más sentido anticipar la renovación de su flota en los años anteriores y “saltarse” la que probablemente será la última versión de motores de combustión interna? Y si esto ocurre, ¿podría haber una fuerte caída de la demanda y del mercado al entrar en vigor la Euro 7? Y, ante una situación así, ¿qué posibilidades tendrían los fabricantes de amortizar las colosales inversiones necesarias para desarrollar motores que cumplan una normativa tan estricta?
Me preocupa enormemente que esto pueda suceder por el significativo impacto que podría tener para la industria europea de la automoción. Ahí lo dejo, el tiempo nos dará o nos quitará la razón.
Un saludo, F